15 enero, 2010

María Paz

Era la más religiosa de la comunidad, no así la más recatada, lo que nos libró a todas de no saber cómo besar al primer novio, lección que aprendimos todas sin excepción alguna y la cual agradecimos todas sin excepción alguna.
Fue a ella a quien se acercó Aurelina para saber cómo se ponía unas botas de vestir sin importar que la criticaran, a lo que respondió: "Fácil, poniéndotelas, y mirando al frente, segura de que todas están locas de usarlas al igual que tú". Salió Aurelina de la casa de María Paz no sólo con la aprobación de que podía llevar las botas, sino con la minifalda con la cual debía lucirlas. Esa noche Aurelina se veía hermosa. Al otro día todas estábamos, o comprando las botas para llevarlas con igual desfachatez o pensando comprarlas en un descuido de holgura económica.
María Paz asistía a misa todos los días, hacía ayunos y guardaba los domingos con el mismo fervor que la hermana Ramona o la novicia Josefa. Fue un buen día de crisis existencial que mudó su cuerpo a los bancos duros de la iglesia de los Testigos de Jehová donde encontró menos sosiego y ninguna respuesta a sus preguntas. Terminó yéndose un año y medio después, a los mismos bancos duros, pero en caoba, de su parroquia Santísima Virgen, al mismo confesionario y a las mismas penitencias, pues, total, decía, son siempre los mismos pecados.
Su pelo largo al viento era irreverente, como irreverentes eran sus piernas, sus senos, sus manos, sus labios siempre rojos en una piel que contrastaba con ellos. Hermoso también era su timbre de voz, su dentadura, sus ojos maquillados con un negro eterno, en fin!, todo el mundo había concluido que si no era perfecta la María Paz es porque sólo Dios es perfecto.
Un día entendió que el barrio, la parroquia y los parroquianos le quedaban pequeños. Cuentan que en su prisa por marcharse sólo atinó a tomar su bolso, el que terció al cuerpo y volteó sólo para sonreir con un gesto que hizo que su melena se suspendiera en el aire y desprendiera un extraño y rico olor a flores de campo que regresa cada vez que se la recuerda o se pronuncia su nombre.
Volvió jamás. La última vez que se supimos de ella fue por una carta que envió a su tio Tomás junto con una foto tomada en un museo de la India. María Paz dejó con su partida muchos corazones rotos. Esos amores que de sólo recordar el rico olor de su pelo al irse, van a ahogar las penas al bar "La Aguedita" de Manuel el gordo. Penas que no terminan ni ahogándose ni muriendo, sino que vuelven cada vez que alguien la recuerda o pronuncia su nombre.

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