15 junio, 2010

Con olor y sabor a abril

La mujer miraba el horizonte anhelante y silente, quieta.
Pensó en no pensar, pero la traicionó "la loca de la casa".
Desafió el más allá que se escondía donde pocos lo hallaban,
pero donde muchas llegaban por pura intuición femenina.
Por eso se irguió petulante, altiva, desafiante.
Miró de frente.
Sonrió amplio.
Caminó despacio.
Se decidió a volar.
Decidió soñar.

Memoria de elefante

No lo pensé en realidad. En la urgencia de necesitar las correcciones, le dije que estaban en mi cuarto sobre mi pequeño escritorio, y sólo después de colgarle, pensé en el puño de ropa sucia que hace dos días descansaba en el piso esperando por lavarse; en la cama sin arreglar; las filtraciones vergonzosas que han levantado la pintura de las paredes (tengo que hablar urgentemente con la casera); mi ropa interior colgada en la puerta izquierda del armario (qué vergüenza!); las sandalias tiradas en el piso, el bolso marrón sobre la cama; las gavetas abiertas del peinador y sobre éste, los aretes de ayer y de antes de ayer, las pastillas para la migraña, el cepillo, los pinchos del cabello, y el ya casi agotado frasco de crema de las manos con olor a gardenias, que sólo en momentos especiales uso. Al devolverme las llaves, no hizo mención alguna de mi caótico espacio donde cada noche, sin el más mínimo remordimiento sueño.
En cambio, le encantaron las postales en las paredes. Dijo le recordaban al personaje de una peli que le había gustado mucho.

Con olor y sabor a abril

Se detuvo allí, y nuevamente dijo: "No sé qué ponerme", como decía cada vez que tenía que vestir su cuerpo para arrimarlo a cualquier Bar & Lounche que desde hace algunos años venían poblando la ciudad. Y pensar que aquel clóset estaba lleno de todo!. Lleno de caprichos, marcas, pasiones, depresiones, buen gusto y excentricidades, talvez por eso mismo la muy bendita no sabía por qué decidirse. Bien lo dice mi madre, si sólo tuviera dos muda de ropa y un par de zappatos, ya habría sabido qué ponerse, se lo hubiera puesto, ya hubiera llegado al sitio y ya estaría pensando en volver a casa.
Seguía allí. No tomó nada, pero miraba todo. Las cajas de los zapatos estaban ordenadas por la antigüedad en la compra. Arriba los más recientes, luego los comprados hace un mes, y por último los que a fuerza de voluntad habían resistido un trimestre, porque "una mujer que se respete, debe darle a los zapatos el mismo uso que la a un cepillo de dientes, o sea, tres meses, luego hay que deshacerse de ellos".
Más arriba, pero con menos rigurosidad, tenía sus carteras, en una anaquel mandado hacer exactamente para ellas. Las había de todos los colores, algunas combinadas con los zapatos y otras que sólo pegaban con el deso de comprarlas y llevarlas con descaro o arrogancia dependiendo de qué público visitaría o a quien "le rompería los ojos".
Pero lo que más sorprendía, uy sí que sorprendía!, era su ropero, ese que por momento era rockero ¿O acaso punk?; ese que podía ser sorpresivamente sofisticado; que al fondo a la derecha era mortalmente fashion; que en el medio a la izquierda era puramente casual y en esa misma dirección, pero más para atrás era un tanto hippie. Nada estaba fuera de su sitio. Como si fuera una tienda, su clóset estaba ordenado por estilo, dentro de su estilo por clase, dentro de su clase por marca y dentro de su marca por colores. Cinco de 24 horas que tiene un día eran tomadas por ella, cualquie tarde del mes, para ordenar su ya ordenado clóset, ese que abría cuando sea y frente al cual decía siempre lo mismo: "No sé qué ponerme".

A Tania.