15 junio, 2010

Memoria de elefante

No lo pensé en realidad. En la urgencia de necesitar las correcciones, le dije que estaban en mi cuarto sobre mi pequeño escritorio, y sólo después de colgarle, pensé en el puño de ropa sucia que hace dos días descansaba en el piso esperando por lavarse; en la cama sin arreglar; las filtraciones vergonzosas que han levantado la pintura de las paredes (tengo que hablar urgentemente con la casera); mi ropa interior colgada en la puerta izquierda del armario (qué vergüenza!); las sandalias tiradas en el piso, el bolso marrón sobre la cama; las gavetas abiertas del peinador y sobre éste, los aretes de ayer y de antes de ayer, las pastillas para la migraña, el cepillo, los pinchos del cabello, y el ya casi agotado frasco de crema de las manos con olor a gardenias, que sólo en momentos especiales uso. Al devolverme las llaves, no hizo mención alguna de mi caótico espacio donde cada noche, sin el más mínimo remordimiento sueño.
En cambio, le encantaron las postales en las paredes. Dijo le recordaban al personaje de una peli que le había gustado mucho.

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