18 septiembre, 2009

Haydeé

La conocí una mañana no sé de que estación del año, pero lo que sí sé es que iba de la mano de su mamá. Iban de prisa, de hecho ahora que recuerdo que siempre que las veía juntas, iban de prisa. Parece que los años le amainaron el paso y las prisas por llegar a tiempo, al menos, eso me parece le pasó a mi amiga Haydeé. No sólo llegó el paso lento, llegó también el sobrepeso, las espinas en el pecho y la espalda, la búsqueda incansable de unas manos que le llenaran la vida y hasta la muerte, que la aseguraran de su inseguridad y que acometiera contra ella para no sentirse que moría estando viva. Esto, hasta bien entrada en edad, sólo lo logró, y no mucho, su abuela. Creyó tener el destino predicho antes que naciera, al menos eso le hizo creer su mamá en su delirio de grandeza, donde le aseguró que sería prolífera en creatividad, que sería la primera en todo, como lo era ella, y que tenía un futuro que sólo había tenido su tatarabuela en la época del Tirano cuando aún siendo amante de él logró dinero, joyas, prestigio y viajes por todo el mundo, conociendo embajadores, reyes, hombres y mujeres de gran renombres del cine y del teatro, y hasta obispos, a quienes besó los anillos en manos ávidas en cuerpos más ávidos todavía. Pero ella a muy temprana edad, comenzó a darse cuenta que no era una tataranieta digna de su tatarabuela. De todo carecía, pero sobre todo carecía del amor. Las amistades no le ayudaban, me incluyo, y sólo le criticábamos su falta de seguridad, sus ansias por llamar la atención, y su risa chillona que terminaba siempre en una mudez necesariamente espantosa. Haydeé se apartó. Enmudeció de una forma total, tanto que pensamos que sería para siempre. Nadie le vio durante un tiempo y comenzó a hacernos falta. La buscamos, sólo Dios sabe cuánto la buscamos y sólo se dejó encontrar cuando le dio la gana. Vino distinta. Llegó altiva. Con el mismo sobre peso y según ella con las mismas espinas entre pecho y espalda, pero con el mentón desafiante y la mirada directa, para nada fría. Con su paso lento, llegaba a los encuentros que propiciábamos, pero esta vez, decía lo que creía y motivaba a los asistentes a que le contradijeran. Buscó el amor en cualquier sitio, pero no en todos los cuerpos, más bien en los que ella elegía. Contradecía, maldecía, nunca más enmudeció ante una injusticia, una reflexión o ante un atisbo, aunque sea mínimo, de indolencia y poco amor. Hubo gente que de manera gentil llegó a odiarla, otras simplemente la adoraban y llegaron a imitarla. Por mi parte, navegué en la aguas fluviales de los dos sentimientos. Lo que sí, entre un sentimiento y otro, o entre los dos, estoy segura que nadie nunca la olvidó. Ella supo como lograrlo.

2 comentarios:

  1. Es necesario perdernos, es necesario que por un tiempo nos aislemos de toda la gente, para encontrar nuestro norte y encontrarnos a nosotros mismos.

    Las amo.

    Cesi.

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  2. Para una perosona que se cansa de la rutina, opino que ese debe ser un ejercicio inagotable, el perderse y sumergirse en otras historias con otras vidas. Que honor de tener una amiga tan polifacetica y que emoción me casua que hayas subido ese escrito.

    Besos,

    Lay

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