Me encanta el rostro de Benedetti. Me encantan todas sus arrugas, su medio sonrisa, como quien esconde una travesura o una nostalgia. Claro, este Benedetti es el de la foto, el que escribe me arrebata, con sus verdades y mentiras, su soledad oscura, sus pasiones que revelan, in fraganti, su indecorosa humanidad.
Muchas veces mi Benedetti es tristemente cínico, pero casi siempre tenazmente enamorado. No sé si prefiero al autor en verso o el autor de la prosa, pero de sumarle a sus gloriosas letras ese rostro sosegado, gana puntos en esta lectora que se rinde como una ilusionada adolescente. Así, a lo largo de toda una carrera de páginas muchos escritores, y también escritoras, me han desarmado, y es que la palabra es la más exacta de las balas para tocar aquel punto fiel que bombardea la sangre a nuestros sueños, un empuje a tomar ese tren que nos lleva siempre a un viaje diferente.
Cabe decir que viajar con Benedetti es una experiencia distinta, con sabor a tango y a mate, y yo, lo acojo con todo el calor caribeño, tratando de entender que nos hacen tan diferentes. Cada día mejoro mi técnica de vuelo, porque para Benedettiarse hay que saber volar, condición irreductible, de otra forma, perdemos nuestro tiempo.
Fuente de la imagen: Galeria-fucile04.