Memoria de elefante

El polvo del cristal dibuja la huella de un dedo que escribe, “lávame sucio”. Tras ese cristal, un poco cuarteado, estaba el mundo de los anónimos y las anónimas. Por primera vez no fui hacia el pintándole de ensueño, ni lloviéndole con mis nubes de egocéntricas proezas. Él vino hacia mí, respirándome la verdad en los oídos, con sus sonidos de mercado y gritos sin gargantas. Entonces pensé en Serrat y en esos “nueve de cada diez estrellas no son”, pensé en los ciudadanos y ciudadanas de mi país, aquellos que delante de mi se paseaban con sombras de razones. Pensé también en Juan Luís Guerra y en “su” fe de continente, en Silvio y su bendita era que no termina de parir un corazón. En la ingenuidad de Manny que va colgada de un sueño, en un pensamiento color verde que intenta difundir Al Gore. Pensé en la poca distancia que hay desde Gottenburgo hasta el Caribe para decir “pa lante!”. Y volví a caer en la masa, tan compacta, moldeable e invisible. Una cantidad grosera de muchos y muchas. Ya no quiero recavar en mi memoria de elefante una nostalgia inútil. Quiero estrujar con mis letras un nuevo sentido de alarma, decir que la ciudad arde en llamas de desolación, que hay que socorrer la palabra de los grandes dinosaurios que la enmarañan, de aquellos que la disfrazan dizque de cultura Pop, “Pop tu camisa, Pop tu pantalón”. Pop, no de Andy Warhol, sino pop-breza. Si logro bajar de esta “guagua Duarte”, me desplomaré como siempre en mi cómodo mueble, pero por hoy, dejo apagada la tele.

Fuente de la imagen: www.casadeteatro.com