14 agosto, 2009

Memoria de elefante

La calle donde crecí fue el escenario de aguaceros interminables y juegos a "la latica". En un tiempo de lodo, luego de gravilla, hasta que por fin llegó el pavimento. Al final de ella, las puertas del colegio se abrían como la puertas del mas allá, con ese túnel oscuro donde dan clases de matemáticas, custodiada por un San Pedro feo y frustrado. Por las tardes, cuando ya habían pasado los últimos estudiantes de las escuelas públicas, cuando se habían retirado los doctores generales, los dentistas y oftalmólogos, cuando ya habían cerrado el colegio y la biblioteca; cuando ya había pasado el último vendedor ambulante, y las monjas adustas volvían a la soledad de su claustro; entonces mi calle era una colina abatida, por donde subía y bajaba el sol con su pereza roja, naranja o tornasol. Entonces venía mi parte favorita: los últimos rayos que chispeaban entre las hojas de aquel árbol del dispensario, hojas verdes y amarillas, y el sol que emprendía su viaje de fuego.
Por eso me encantan los atardeceres, me hacen recordar mi vieja calle.

1 comentario:

  1. Esa calle a la que siempre vienes y siempre te espera.
    P.D. Si San Pedro se entera...

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