31 julio, 2009

Alfonsina

Marimacho! Marimacho! A esa sólo le gusta juntarse con los machos, esa marimacho!”. Le voceaban las niñas del barrio a Alfonsina, a quien por un tiempo, por aquello de marimacho, le apodaron Alfonso. Las niñas estaban instigadas por sus madres, mujeres todas decentes y recatadas, que criaban a sus hijas en el mismo orden y con el rigor que el buen tino les indicaba.
Era de esperarse que les prohibieran a sus hijas que se juntaran con la hija de María y Alfonso – y con sus hermanas de paso- por considerar que a la pequeña no la estaban proveyendo de una buena educación al permitirle juntarse todo el tiempo con los varones del barrio. Las niñas repetían cuanto le decían sus madres, a veces sin saber qué de malo tenía juntarse con ellos y ser como su vecinita.
Alfonsina sí que sabía lo que era corretear calle arriba y calle abajo jugando a la policía con su pistolita de agua. Era la mejor del equipo de baseball, por eso, todos los chicos se peleaban por tenerla en su grupo. Jugó a la plaquita, a la bitilla y a Mariscal. Se iba en su bicicletita azul al cañaveral con los muchachos (para colmo era azul la bicicleta que heredó de su primo el que se fue al extranjero). También jugó a la chata en el patio de doña Venecia y fue allí en donde también jugó a la bolita y donde le dejaban los nudillos rojos cada vez que perdía.
En principio no entendía por qué creían las niñas y sus madres que debía ofenderse cuando le decían marimacho. Sólo cuando hizo amistad con Susana, la única niña que se dignó en ser su amiga, lo supo. Entonces con una maldad rebosante, aprendida no sé sabe de quien, ya que todos y todas en su familia era buena gente, afianzó su amistad con los varones y no dejaba de decir donde fuere de una manera….sutil y a la vez venenosa, que a las otras niñas les rebosaba la enviada y les babeaba el deseo de hacer junto a los varones lo que ella hacía. Luego, cuando creció, añadió algo más a sus “sutilezas”: a las otras chicas les rebosaba la enviada y les babeada el deseo de hacer junto y con los varones lo que lujuriaban en las noches y por lo que se confesaban en el día. Ella no se confesaba de nada, estaba libre de culpas.
Cuando creció era toda una lidereza. En el trabajo siempre se destacó. En el barrio fue la que logró todo cuanto no pudo lograr la Junta de Vecinos de las autoridades municipales. Después todas esas madres que le imponían a sus hijas no juntarse con “la marimacho”, ponían a Alfonsina de ejemplo ante sus hijas que se habían convertido en frustradas, acomplejadas y quedadas.
Llegó a ser todo un ícono de feminidad no sólo del barrio, sino de muchas cuadras y calles a la redonda. Siempre vestía de sastre y hacía sus excepciones los fines de semana, para ponerse unas blusas muy escotadas con unos jeans bien ajustados a sus caderas redondas, caderas que, según ella, se habían formado de manera tan perfectas por el ejercicio de correr a home cuando daba un batazo por primera.

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