Antes de alzar el vuelo, de fugamos hacia destinos provistos de contratiempos y demoras, hay un tropiezo exacto en el cual tú y yo encendemos una chispa, nos reímos sinceramente, hablamos sinceramente y nos engañamos, también sinceramente, como lo niños, con esa ingenuidad calculada que nos protege. Entonces las hojas del otoño nos cubren de distancias, se lleva ese ventarrón presagioso, el hormigueo de los comienzos y queda en efecto un afecto más desnudo, todavía más honesto que el viejo candor, a veces apagado, que acaba en ciclos monótonos.
19 febrero, 2010
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